lunes, 9 de diciembre de 2013

Sigues por acá.

El aroma de tu cuerpo sigue flotando por la atmósfera, sórdida y densa, de mi recámara.

Sobre la cama, la silueta de tu figura sobre, bajo o al lado de la mía, desdibujada entre las cobijas yace, a la Pablo Milanés, cual promesa. De llenar aquel espacio que dejas desde ya cuando te marchas cada tarde que vienes.

No vienes siempre. Mas no faltas, paradójicamente, nunca. Siempre puntual a la hora que te convoco, aunque sea en pensamiento, en sueño, en memoria. Basta respirar el incienso que ponemos, encender las velas que iluminan nuestro proceder o escuchar aquella tonada que grita al unísono de nuestras voces la necesidad del otro.

Hoy fue, sin embargo, diferente. El tiempo voló. Cuando menos nos lo esperábamos era ya tarde. Y al percatarme de tal hecho, mi mente en un segundo recorrió todo lo que hicimos. Me llegó, de repente, el delicioso cansancio, el frío provocado por el sudor, el calor provocado por la memoria de lo que había sucedido hacía pocos minutos.

Hoy mi cama huele a ti. Tu calor todavía no se va. En los rincones, tus susurros y tus gritos se entremezclan con los míos, atrapados como un coro amordazado que se liberará pronto.

La próxima vez que vengas, amor mío.

Feliz mes.

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