domingo, 26 de marzo de 2017

Fantasía 1.

Entró, como siempre, a la regadera. La luz del único foco, incandescente y borrosa por el vapor del agua caliente, inundaba un pequeño lugar con azulejo viejo, resquicio de un Múnich que había seguramente visto mejores días. Sus pies titubearon al alcanzar el pequeño charco que se hacía en el centro del lugar, todo mientras jalaba la cortina plástica y se olvidaba de cerrar la ventana del blanco recinto, pequeña sobre un vetusto escusado cerámico.

Como siempre también tomó el jabón líquido mientras cerraba los ojos bajo el chorro pertinaz. Imaginó, como solía hacerlo, la famosa toma de Hitchcock, quizás esperando que su monótona existencia sufriera un vuelco de emoción antes de regresar a la rutina. Estaba de viaje, y se debatía entre el añoranza y la ansiedad de la vuelta al terruño.

Contemplóse desnudo, frágil, solo. Observó las gotas de agua y sudor deslizarse sobre sus muslos, su pecho, el vello debajo del ombligo. Sintió la delgada línea hídrica recorriendo la punta de su glande y haciendo un chorro similar al de la expulsión de desechos. No sin malicia, se enfocó en el ligero cosquilleo que hacía el jabón al rozar la piel de su pecho, dirigiéndose, bendita gravedad, hacia el centro de su cuerpo. Lo pensó recorriendo la jungla de vello que antecedía a su ser pudendo y fue testigo de la ingurgitación consecuente.

Y la estimuló, deslizando sus manos por las caderas, las ingles, alcanzando con sus pulgares la raíz de su éxtasis para finalmente tomarse, firme y erecto, con la mano derecha, aventando la cabeza hacia arriba y dejando que el agua cayera sobre su rostro, la constancia del chorro contrastando con su respiración entrecortada.

Cuál fuera su sorpresa al sentir un toque, ligero primero, contundente después, recorriendo desde su sacro hasta el dorso de los hombros, marcando la línea columnar y erizando los vellos a su paso. Su respiración, agitada ya para el momento, rogaba por un gemido que, sabiéndose solo en el departamento -no tanto ahora, ¿quién sería aquél extraño?- salió sin hesitar.

No paró los movimientos cíclicos de su mano, recorriendo suavemente el haz de venas y cuero que tanto disfrutaban sus parejas. El toque se intensificó, mientras se retorcía de placer ante el pecho que embonaba con su espalda, ya recorriendo su nuca y causando el rictus de placer. Sus manotazos, cada vez más rápidos y fuertes, rogaban por el éxtasis. La tensión, incrementada por segundo, marcaba la musculatura debajo de su piel, una que él, con los ojos más y más apretados, no veía. Y para qué, si el escalofrío era cada vez más intenso y la eclosión inevitable. Eclosión que con un "ya tómame" llegó, con un gemido, con sendos proyectiles de placer viscoso, con el suspiro propio de la liberación intensa.

Se pasmó ante la duda y el miedo de encontrarse con un desconocido no anunciado en el lugar más recóndito de su propio apartamento. 

¿Quién había sido aquél extraño? ¿Cómo se había metido en el lugar? Preguntas que quedarían disipadas al percatarse de que había hecho el amor frenéticamente con el viento, moviendo la cortina, al entrar a través de la ventana.