domingo, 7 de diciembre de 2014

Tabaco y piel.

Escúchese al compás de "Claudia", bolero de Chucho Valdés.

La obertura es misteriosa. Aún no se escucha el tumbar de las congas mas sí lo límpido de las blanquinegras teclas del piano y la voz rasposa del sax, dando paso después a un trombón sensual, que viene a guiarte mientras el humo azul asciende por la habitación de paredes blancas y lecho mullido.

El tempo es lento. Como el amor. Como la pasión. Como los alientos y los sudores en la obscuridad íntima que entre dos se vive. Aromas a tabaco y Chanel, cabellos, suspiros. Una lengua que recorre lo profundo y superficial de un cuerpo, un alma que en un gemido se sale del envase de carne y hueso.

Whisky. Sabor a viejo, a desconocido. Aroma a descubrimiento en el propio terreno corpóreo que tantas veces has recorrido con la lengua, los labios, los dientes, las uñas. 

Un pecho, una espalda. Amor inyectado a dosis repetidas sin agujas, con el contacto de los cuerpos que se vuelven etéreos al compás latino. Rasguños, calma, tempestad. 

Arrebato y jadeo. Control con descontrol, sinfonía de saliva y sudor, de aliento y mirada, de fuego y acero, de tabaco y piel. Un incremento, un dicho, un grito y la cima de la pasión violenta que libera fluido mezclado con gritos de nombres, de descriptores que sabes inútiles: nada lo puede describir.

Una vez más, ha terminado. Siempre diferente, nunca parecido, siempre el mismo, siempre otro. Arte y comunión entre dos que se aman. Que se gozan. Que se miran ansiosos,

ansiosos de hacerlo otra vez.

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