Escúchese al compás de "Claudia", bolero de Chucho Valdés.
El tempo es lento. Como el amor. Como la pasión. Como los alientos y los sudores en la obscuridad íntima que entre dos se vive. Aromas a tabaco y Chanel, cabellos, suspiros. Una lengua que recorre lo profundo y superficial de un cuerpo, un alma que en un gemido se sale del envase de carne y hueso.
Whisky. Sabor a viejo, a desconocido. Aroma a descubrimiento en el propio terreno corpóreo que tantas veces has recorrido con la lengua, los labios, los dientes, las uñas.
Un pecho, una espalda. Amor inyectado a dosis repetidas sin agujas, con el contacto de los cuerpos que se vuelven etéreos al compás latino. Rasguños, calma, tempestad.
Arrebato y jadeo. Control con descontrol, sinfonía de saliva y sudor, de aliento y mirada, de fuego y acero, de tabaco y piel. Un incremento, un dicho, un grito y la cima de la pasión violenta que libera fluido mezclado con gritos de nombres, de descriptores que sabes inútiles: nada lo puede describir.
Una vez más, ha terminado. Siempre diferente, nunca parecido, siempre el mismo, siempre otro. Arte y comunión entre dos que se aman. Que se gozan. Que se miran ansiosos,
ansiosos de hacerlo otra vez.
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