viernes, 7 de febrero de 2014

Serenidad y paciencia, querido.

Para A, con cariño.

No te apures, pequeño. Ya llegará tu día.

No a todos nos toca al mismo tiempo. No hay edad, no hay tiempo. No hay lugar ni circunstancia adecuadas, empero siempre será igual.

Ese día será como cualquier otro. No sabrás ni siquiera que sucerderá. Pero lo hará, pronto o tarde. Es igual.

Te lo voy adelantando: tardará, una vez que lo conozcas. Semanas, meses tal vez. No hay un tiempo de preparación adecuado. Todos son largos y a la vez una vez que sucede inevitablemente pensarás que podrían haber esperado un poco más.

El punto es que llegarán la ternura, la confianza, la desnudez. Llegarán en un momento que parecerá que estaba planeado desde hace siglos. Harán su entrada cuando ustedes dos se miren y por más que quieran no se puedan imaginar con alguien más. Lentamente habrá una inercia que ni Newton pudo calcular y se acercarán, se olerán y cerrarán los ojos, pues en esos momentos la vista no es necesaria.

Respirarán el mismo aire y juntarán los labios, que embonarán cual hechos a la medida. Los sabores, los aromas, las texturas y temperaturas llenarán tu mente, que no sabrá en qué pensar. Alguno de ustedes empujará al otro, y no importará que debajo de los cuerpos fusionados haya piso, sábanas o sofá, no abrirán los ojos hasta hallarse privados de ropa y vestidos con la piel del otro.

A esa vista solo corresponderá seguir consumiendo de la droga que los hará adictos el uno al otro, comiéndose sin acabarse, explorando terrenos antes desconocidos. La lengua, los dientes, las uñas, las yemas de los dedos se pasearán por la totalidad de la contraparte, que ya no será el otro sino uno mismo, una totalidad perfecta en la que se unirán mediante un abrazo que compactará la eternidad en unos cuantos segundos.

Y llegará un momento en que sientas su aliento en tu nuca, su lengua en tu espalda y las palmas de sus manos en tus caderas. Y, ardiente de deseo, de pasión y de límpida lujuria le pedirás, le rogarás que entre a lo más profundo de tu ser con amor, con cuidado, con el cariño que te ha proferido y por el que llegaron allí.

Y él obedecerá, no sin antes dudarlo un poco. Y poco a poco el dolor se tornará en placer, la lentitud en rudeza y los gritos en gemidos, porque en ese momento habrán consumado el amor del que no se regresa, el intercambio de almas y el estorbo de los cuerpos. En ese momento la cuestión física dejará de ser física y un aura de desenfreno los rodeará a ambos. Y llegarán al clímax, donde después de los ojos apretados, los músuculos tensos y la pasión desmedida, se mirarán y recuperarán el aliento dándoselo el uno al otro.

Y llegará la separación, la transpiración, un frío del que sólo el otro los tapará. Se envolverán, dándose calor y protegiéndose, y escucharán los corazones, la respiración entrecortada. Los aromas y sonidos del amor después del amor. Se susurrarán un par de palabras y entre brazos, piernas y cabellos dormirán el sueño de los justos. De los amantes, de los amados.

A la mañana siguiente abrirán un ojo cansados, buscando al que dejaron la noche anterior, con el que pasaron la noche imperfecta, compartiendo, dando y recibiendo. Y el rayo de sol que entre por la ventana indicará que no será la primera mañana, ni la última noche tampoco. Y comprenderás, al final, que la espera valió la pena, que los desenfrenos pasados no fueron nada a comparación de esto y que no importará lo que pase después, la memoria nadie te la quita.

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